
Sos del Rey Católico: un legado ecuestre entre piedra y silencio
En lo alto de una colina aragonesa, donde el tiempo parece haberse detenido entre calles empedradas y murallas medievales, se alza Sos del Rey Católico, uno de los pueblos con más historia y alma de España. Cuna de Fernando el Católico, este enclave no solo guarda la memoria de reyes y guerras, sino también el eco de cascos herrados que durante siglos marcaron su pulso diario.
Basta con pasear por sus estrechas y empinadas callejuelas para entender que el caballo no fue aquí un lujo, sino una necesidad. Las argollas aún visibles en los muros de piedra —esas anillas de hierro que servían para atar las riendas— nos hablan de un pasado en el que los equinos formaban parte del paisaje humano y urbano.

Caballos de guerra, caballos de campo
La historia de SOS está intrínsecamente ligada al caballo. En los siglos medievales, fueron instrumento de guerra. El terreno montañoso y estratégico del pueblo convirtió a sus jinetes en parte importante de las defensas locales. Pero cuando las espadas se enfundaron, los caballos no abandonaron sus estrechas callejuelas. Se quedaron para servir en tiempos de paz, trabajando la tierra, transportando carga o incluso tirando de carros que llevaban a sus dueños a ferias y pueblos vecinos. En una de las puertas del casco antiguo, incluso, descubrimos un llamador en forma de cabeza de caballo, como símbolo silencioso de respeto y admiración a estos nobles animales.
Los caballos, fueron durante siglos el motor del pueblo. Una realidad que no solo habita en los libros, sino en los recuerdos vivos de sus habitantes.
Don Julián, memoria viva de un SOS ecuestre
Durante nuestro recorrido, nos cruzamos con don Julián, nacido en 1936, justo en los inicios de la Guerra Civil. Subiendo una de sus calles en cuesta, viene con el pan en la mano, como muchos que nos hemos cruzado estas horas, donde la comida les espera en sus casas. Nos saluda amablemente, y le pregunto sobre como era esa relación del pueblo y los caballos, a lo que rápidamente responde:

“En casi todas las casas había un caballo, una mula o un burro. Los teníamos dentro, en casa. Eran nuestro coche, nuestro tractor. Una gran ayuda en aquellos tiempos duros. Y pocos por no decir casi nadie de mi época no tuvo que montar un caballo, una mula o un burro, ya sea para ir a comprar, ir a trabajar en la huerta, o hacer recados”
Sus palabras nos devuelven a una época en la que la relación con el animal era cercana, diaria, casi familiar. No se trataba solo de trabajo, sino de convivencia. Los establos solían formar parte de la misma vivienda o estar apenas a unos pasos. El caballo era compañero inseparable del hombre: el primero en empezar la jornada y el último en descansar.

Un legado que aún relincha en el silencio

Hoy, Sos del Rey Católico es un destino turístico que enamora por su belleza serena y su patrimonio bien conservado. Pero más allá de los edificios, lo que realmente sobrevive es ese vínculo invisible entre el pueblo y sus caballos. Las huellas aún están ahí: en el hierro de las argollas, en las leyendas locales, en los nombres de las calles, en el testimonio de los ancianos, en las viejas fotografías y, sobre todo, en la memoria colectiva.
Este rincón aragonés es más que piedra y reyes. Es también un homenaje a esos caballos anónimos que, sin trono ni armadura, construyeron con sus cascos la historia de un pueblo.
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