
Camino a Santiago de Compostela, a caballo y un corazón lleno de fe
En el tranquilo pueblo de montaña de Valdemaqueda, en plena sierra de Madrid, vive Miguel Ángel Gil, un herrero de profesión y hombre de gran convicción.
Reconocido internacionalmente por su cuchillería artesanal bajo la marca Miguel Barbudo, esta primavera emprendió un reto muy distinto: caminar los casi 700 kilómetros de su casa hasta Santiago de Compostela, acompañado únicamente por sus dos caballos, Frascuelo y Revoltoso.
Lo que comenzó como una peregrinación personal se convirtió pronto en un testimonio vivo de la extraordinaria solidaridad entre los amantes de los caballos. Una ayuda que llega cuando más se necesita, y que suele ser mucho mayor de lo que uno espera.

Un Comienzo Difícil
El plan de Miguel era sencillo, aunque ambicioso: alternar la monta y la carga entre sus dos caballos, y dormir bajo las estrellas cada noche.
“Salí con dos caballos —un hispanoárabe, pequeño pero fuerte y muy vivo, y un tres sangres más alto, con morfología inglesa,” explica. “Iba intercambiándolos para que descansaran.”
Pero al cuarto día, las cosas se torcieron. Una herradura girada causó una herida en el hispanoárabe, clavándosele la pestaña, así que a mi pesar tuvo que regresar a casa. “Desde entonces, sigo a pie con Revoltoso, y solo llevo lo imprescindible,” cuenta Miguel.
“Confío en Dios, y en el camino. Y cada vez que las cosas se complican, alguien del mundo del caballo aparece como un ángel.”

Ángeles Bajo la Lluvia
Una de las jornadas más duras fue la segunda etapa, de San Bartolomé de Pinares a Ávila. “El terreno era brutal, subidas por senderos destrozados por la lluvia, pasos donde los caballos se hundían hasta el pecho. Yo iba a pie, y el barro me llegaba a las rodillas, estaba diluviando.”Al llegar a Ávila, el caballo perdió una herradura.
Fue entonces cuando llegó la primera de muchas bendiciones inesperadas. Un centro turístico cercano tenía una escuela de equitación, pero no herrador. Mientras Miguel esperaba a su herrero, el cielo se abrió. Empapado y desesperado, intentó llamar a un centro canino que vio por internet. El hombre no tenía espacio para caballos y al principio lo rechazó.
“Pero cinco minutos después me llamó. Me dio el número de Curro. Y ahí empezó el milagro.”
Curro, una figura legendaria en Ávila, le abrió su finca, lo equipó, le ofreció ropa seca y comida. “No me dejó dormir en la cuadra. Me llevó a su casa. Fue una aparición providencial.”
Miguel sonrie con incredulidad al contarlo. «En el peor momento —empapado, helado, exhausto y sin opciones—. Fue algo totalmente providencial».

“Cada vez que tuve un problema, alguien me ayudó, y no con lo justo: con muchísimo más. Es algo propio de nuestro mundo. Es solidaridad, confianza… amor.”
La Solidaridad del Mundo Equino
Tras la pérdida de Frascuelo, Miguel continuó a pie con Revoltoso, un compañero relativamente nuevo. «Solo lo tengo desde hace un año más o menos, pero cómo se ha portado… camina a mi lado como un perro. “Solo llevo la cuerda atada al cinturón. Él va a mi lado como un perrito,” dice.
La conexión entre ambos se ha vuelto única. En Salamanca, el dolor de pies lo obligó a buscar zapatillas nuevas.
“Las botas me estaban destrozando. Caminé más de 40 km dos días seguidos.” Al encontrar una hípica cercana, La Aldegüela, consiguió que le dejaran albergar el caballo. Pero al buscar alojamiento, todo estaba lleno.
“Pedí dormir en una cuadra vacía. Estaban impecables. Les dije que pagaría como si fuera un caballo,” se ríe. “Pero de nuevo: ‘Ni hablar’. Me ofrecieron una cabaña de madera con ducha de agua caliente.”

Más Que un Viaje
Cuando desde el Canal del Caballo hablamos con él, a Miguel aún le quedaban más de 400 kilómetros por recorrer. Pero ya había vivido lo que muchos tardan una vida en comprender.
“Hay una generosidad inmensa en la gente que vive con caballos,” reflexiona. “Cada vez que tuve un problema, alguien me ayudó, y no con lo justo: con muchísimo más. Es algo propio de nuestro mundo. Es solidaridad, confianza… amor.”
La travesía de Miguel no es solo una peregrinación por España, sino un retrato vivo del espíritu que une a quienes comparten la vida con caballos. Una prueba más de que, en el camino, nunca estamos del todo solos.
Conoce más sobre Miguel Angel Gil, en la siguiente entrevista