El robusto Tyson: alma de trabajo, corazón de oro
Visitar el Centro Ecuestre de Alto Rendimiento CEZAR, en Utebo (Zaragoza), siempre es una oportunidad para reencontrarme con el alma del caballo en su versión más pura. Allí, entre pistas, cuadras y ejercicios de alto nivel, me encontré con una estampa que, a pesar de su imponencia, emanaba una serenidad difícil de ignorar: Tyson, un caballo de tiro de mirada dulce y cuerpo imponente, trabajaba con calma y concentración junto a su jinete, Bernat Nicolás Rubio.
Bernat es jinete profesional y domador de caballos. Vive y respira el mundo ecuestre cada día, no solo como trabajo, sino como forma de vida. Ese día, tuve el privilegio de que me presentara a su “regalón”, como él lo llama. Tyson no es un caballo más: es el caballo que su padre crió desde potrillo, el caballo que su padre domó, y que años después le regaló. La historia que une a ambos no se forja en pistas de competición, sino en los caminos de la vida, los amaneceres compartidos, en el trabajo de campo, en los silencios compartidos bajo el sol y el frio.

Tyson tiene ya 17 años y es un caballo de raza Percherón. Aunque fue criado en Andorra —donde no existe una raza autóctona de tiro como tal—, comparte características con razas cercanas como el Ardenés y el Tiro del Norte: caballos pirenaicos, robustos, rústicos, de enorme capacidad de tracción, adaptados al terreno escarpado y al clima extremo.
Robustez, resistencia y versatilidad: el perfil del Percherón

Verlo en acción es presenciar una clase magistral de fuerza tranquila. “Este caballo aguanta todo”, me dice Bernat mientras lo acaricia. “El frío, el calor, la montaña. Tiene unas patas peludas que no son solo bonitas: son su protección natural para no helarse en la nieve”. Y es que Tyson está hecho para la vida dura del campo.
Ha trabajado en agricultura, ha alimentado ganado, ha bajado troncos por laderas donde ni el mejor tractor podría llegar. Incluso compitió en tiro y arrastre. Hoy, su misión es más liviana: paseos tranquilos, algo de trabajo suave, y seguir siendo parte de la familia. Lo que más me impresionó de Tyson, más allá de su tamaño y potencia, fue su nobleza. Es un caballo que transmite paz.
El placer de montar a un caballo tranquilo y seguro
Bernat lo monta con frecuencia, incluso para salir a pasear, y me asegura que hasta un niño podría montarlo sin temor. “Es un caballo muy completo —me explica—, te sirve para trabajar, para tirar, para montar… y siempre está dispuesto. Es tranquilo, pero cuando se lo pides, saca carácter… no para desobedecer, sino para dar lo mejor de sí.”
Como domador, Bernat tiene muy claro que estos caballos no se ganan con fuerza. “Hay que tratarlos con paciencia, con cariño. Si le pegas, lo recordará. Son animales muy sensibles. No olvidan. Pero cuando los respetas, te lo devuelven todo multiplicado.”

Mientras lo escuchaba, no podía evitar pensar en lo poco que se habla de estos caballos de tiro fuera de sus círculos habituales. En un mundo ecuestre que a menudo gira en torno a la Doma Clásica, al salto o la equitación de trabajo, encontrarse con un caballo como Tyson es volver a las raíces: al caballo trabajador, compañero del hombre en las faenas más duras, y aún así, generoso y leal.
Volver a las raíces: lo que Tyson nos recuerda sobre el caballo trabajador
En un rincón del CEZAR, entre caballos de pura raza y entrenamientos de alto rendimiento, Tyson me recordó que no hace falta un trofeo para que un caballo sea especial. A veces, basta con mirar a uno de estos gigantes nobles a los ojos para saber que estamos ante una verdadera leyenda viviente.



